Y justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en mariposa

domingo, 31 de octubre de 2010

Día de los santos


"Las almas no descansan, aunque se entierra el cuerpo, estas andan inquietas".
Los cementerios se visten de gala y la muerte se convierte en la protagonista sobre el escenario del mundo. Llevamos flores a nuestros muertos y degustamos dulces típicos de estas fechas.

Pero...¿Cual es el origen de esta celebración?

­El Día de Todos los Santos, fue instituido por la Iglesia en épocas distintas y su fecha de celebración ha sufrido varias modificaciones, antes de quedar fijada para el 1 de noviembre.

La enorme cantidad de mártires cristianos que produjo la persecución de Diocleciano (284-305), llevó a la Iglesia en el siglo IV a establecer un día para conmemorar los a todos, pues el almanaque no alcanzaba para darles a cada uno el suyo. La fecha primigenia elegida fue el 21 de febrero.
Pero en 610 la liturgia de los santos cambió al 13 de mayo, día en que el papa Bonifacio IV consagró el Panteón Romano donde se honraba a los dioses paganos (antes de la cristianización) como templo de la Santísima Virgen y de Todos los Mártires.

Más tarde, Gregorio III (731-741) la transfirió al 1 de noviembre como respuesta a la celebración pagana del Samhain o Año Nevo Celta (ahora llamado Halloween o Noche de Brujas) que se festejaba la noche del 31 de octubre, en la creencia de que se producía la apertura entre el mundo tangible y el de las tinieblas, y que los muertos venían a visitar a los vivos. Luego, Gregorio IV (827-844) extendió la celebración a toda la Iglesia.

No quiero cerrar esta entrada sin recordar este fragmente de RM del Valle Inclán:

"En el silencio la voz leía piadosa y lenta [...] Habíame adormecido, y de pronto me sobresaltaron los gritos de mis hermanas. Miré y las vi en medio del presbiterio abrazadas a mi madre. Gritaban despavoridas. Mi madre las asió de la mano y huyeron las tres. Bajé presuroso. Iba a seguirlas y quedé sobrecogido de terror. En el sepulcro del guerrero se entrechocaban los huesos del esqueleto. Los cabellos se erizaron en mi frente. Tuve miedo como no lo he tenido jamás [...] De pronto, allá lejos, resonó festivo ladrar de perros y música de cascabeles [...] Era el prior de Brandeso que llegaba para confesarme [...] La voz grave y eclesiástica se elevaba lentamente: [...] ahora veremos qué ha sido ello [...] Cosa del otro mundo no lo es, seguramente [...] Y se acercó al sepulcro y asió las dos anillas de bronce empotradas en una de las losas, aquella que tenía el epitafio. Me acerqué temblando. El Prior me miró sin despegar los labios. Yo puse mi mano sobre la suya en una anilla y tiré. Lentamente alzamos la piedra. El hueco, negro y frío, quedó ante nosotros. Yo vi que la árida y amarillenta calavera aún se movía. El Prior alargó un brazo dentro del sepulcro para cogerla. La recibí temblando. Yo estaba en medio del presbiterio y la luz de la lámpara caía sobre mis manos. Al fijar los ojos la sacudí con horror. Tenía entre ellas un nido de culebras que se desanillaron silbando, mientras la calavera rodaba por todas las gradas del presbiterio"

R. M. del Valle-Inclán. El miedo.

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