Y justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en mariposa

martes, 4 de septiembre de 2012

El sueño azul

“Los cuentos me han ayudado a calmar mi hambre y mi sed. Son siempre mitades que nos transporta la tradición oral. Las otras mitades habitan en nuestra alma. Al unirse cada cuento con su interpretación, experimentamos una pequeña saciedad.” Alejandro Jodorowsky
Un día, viajando por un bosque luminoso, el viajero se detuvo. Se encendió una hoguerita, se preparaba una taza de té y reclinándose contra un árbol, se fumó una pipa. En alguna distancia se oía el murmullo de un arroyo y una brisa, suave como un aliento, movió las hojas de los árboles. El viajero sonrió. - “Bien”, pensaba “hasta aquí hemos llegado. Bonito paraje…” Y mientras fumó su pipa, reflexionó un poco sobre sus viajes anteriores. Había atravesado infiernos y desiertos de vastas extensiones, se había refrescado en oasis y disfrutado de bellas orillas, había volado alto en los cielos y buceado profundo en los mares, respirando oxígeno líquido. Había amado y había odiado, se había reído y llorado y así una larga, larga lista de vivencias y experiencias a las que siempre encontraba su opuesto. - “Y bien”, pensaba “¿ahora qué? ¿Adónde puedo ir donde no he estado ya? ¿Qué puedo hacer que no he hecho ya? No hay nada más que vivir que quedarme aquí sentado!” Y tal fue el impacto de su descubrimiento que una lágrima brotó de su ojo. Desde el suelo, donde había caído la lágrima, brotó una flor blanca de extraordinaria belleza y una fragancia exquisita. Con gracia dobló su largo tallo para darle un suave beso en la mejilla y le susurró: o - “Duerme, hermano mío, sueña, no hay nada que hacer” El viajero la contempló, maravillado y reconfortado y con una profunda exhalación cerró sus ojos. Y soñó. Soñó que escuchaba al Gran Silencio, al susurro del viento en los árboles, al sol que iluminaba cada hoja, a cada hierba que estaba brillando en luz plateada. Y cuanto más quietamente escuchaba, más se asemejaban el Gran Silencio y el silencio en su corazón y en su silencio no dejaban de murmurar - “Amor, Amor, Amor”. Quizás habían pasado minutos o quizás eones cuando apareció un delfín hecho de pura luz, nadando graciosamente en el aire. Le sonrió al viajero: o - “Ven, hermano mío, el viaje no se acaba aquí, seguiremos nadando por el océano infinito.” El viajero se inclinó profundamente ante el delfín, se salió de su vieja piel porque era demasiado pesada y brillando como su hermano, se alejaron dos delfines, chapoteando entre los arbustos. La hoguera se extinguió y la hierba creció sobre la pipa pero los árboles y los arroyos recuerdan y siguen murmurando la Gran Verdad a todo quien quiere escuchar. Kerstin Müller

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