Y justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en mariposa

miércoles, 9 de noviembre de 2011

En mi verso soy libre


Os presento este libro compuesto por relatos presentados en el IV Certamen Nacional de Relatos "En mi verso soy libre", organizado por la Consejería de Educación, Formación y Empleo a través de la Dirección General de Promoción, Ordenación e Innovación Educativa, dirigido al alumnado de las distintas Aulas Hospitalarias y de Apoyo Domiciliario de nuestros país. Creo que merece la pena leerlo, para ver de lo que son capaces los pequeños y no tan pequeños ingresados, prisioneros de una enfermedad, para darnos cuenta de lo que tenemos cuando no la tenemos.

Título: Libre
Daniel Tornero Yepes
Aula Hospitalaria del H. Virgen de la Arrixaca (Murcia)
Suspiró. Habían pasado ya varios días desde que enviara la carta,
y todavía no había recibido respuesta. Se asomó a la ventana
y observó el paisaje. Su cultivo de arroz estaría pronto listo y las
rosadas hojas del Sakura (almendro) comenzaban a asomar por
los blancos troncos. Las nubes por fin dejaron paso al sol y un
haz iluminó el rostro de la mujer, bello en el pasado, pero ahora
surcado de arrugas. Los adornos metálicos del pelo destellaron al
recibir la luz, Ya eran pocas las mujeres que los llevaban y sólo las
personas que habían nacido antes del ataque a Hirosima podían
darse cuenta de la paulatina pérdida de tradiciones que había experimentado
el país. Ya nadie contaba las antiguas leyendas, los
samuráis eran meros reclamos turísticos y la tranquilidad y la paz
que siempre había caracterizado la filosofía de los habitantes de
oriente se habían enturbiado por el capitalismo estadounidense.
Ante aquella degradación de los valores tradicionales, Honoku
había decidido pasar sus últimos años aislada del mundo, en un
retiro espiritual antes de que la muerte se abatiera sobre ella.Sin
embargo, antes de que llegara ese momento tenía que zanjar un
asunto que tenía pendiente desde hacía muchos años: su hija, a la que había abandonado hacía casi cincuenta años por no poder
ocuparse económicamente de ella. Tomar aquella decisión había
sido muy difícil, pero comprendió que era lo mejor para las dos.
Su hija tendría una oportunidad de ser libre, algo de lo que Honoku
jamás podría presumir, y ella podría olvidar a aquel hombre
con el que había pensado pasar el resto de su vida.
No fue hasta después de treinta años cuando Honoku, ya disponiendo
de la suficiente cantidad de dinero y retirada del que
había sido su deshonroso modo de vida, decidió buscarla. Había
sido muy difícil dar con ella, porque no sabía ni su nombre, ni
su dirección, pero tras varios años de búsqueda había dado con
ella. Ahora se llamaba Nagisa Yumenara y había sido acogida por
una familia japonesa del sur de Tokio. Para Honoku fue difícil
redactar la carta, pero le estaba resultando muchísimo más complicado
esperar la respuesta. Consciente del nerviosismo que le
recorría el cuerpo, procedió a relajarse recortando su bonsai, una
actividad que siempre había producido un efecto sedante en ella.
Sin embargo, en esa ocasión no la calmó y, tras darse cuenta
que estaba destrozándolo, decidió dejarlo y volver al interior de
su casa, donde se entregaría a la lectura. Con esa idea en mente
descorrió la puerta de papel que llevaba hasta el salón, pero justo
cuando había elegido un libro llamaron a la puerta. Intentando
no tropezar con el kimono corrió a la entrada y abrió. Un cartero
uniformado de azul le entregó una carta y esperó; Honoku
siempre había preferido recibir las cartas en mano, como tradicionalmente
se hacía. Aunque eso no era lo habitual, las propinas
de la anciana eran razón suficiente para hacer el esfuerzo. Tras
complacer al cartero con unos yenes, Honoku volvió a la casa y
abrió el sobre…Al cabo de dos días, Honoku saludó a su invitada haciendo la
reverencia tradicional:
-Buenos días -dijo Honoku.
-Buenos días -respondió la mujer.
La anciana procedió a inspeccionarla con la mirada. Definitivamente
había heredado su nariz respingona, pero los ojos, los ojos
eran de él. La mujer, al sentirse algo violenta por el escrutinio,
carraspeó intentando llamar la atención de Honoku.
-He venido con intención de ocupar el puesto que ofrece, ser
su cuidadora, tal como me informó en su carta.
Honoku se sorprendió al ver lo directa que era y la rapidez con
la que había sacado el tema, y sonriendo contestó:
-Ah, claro, pero antes tomemos un té. Acompáñeme.
La anciana guió a la mujer hasta el comedor, donde los cojines,
el té y el incienso estaban preparados. La habitación parecía haberse
congelado en el tiempo hacía medio siglo.
-Siéntese -la invitó Honoku.
Perpleja por la decoración de la sala, la mujer se sentó.
-Como comprenderá, antes de aceptarla necesito saber un
poco de usted- empezó Honoku sonriendo divertida, mientras
servía el té.
-No hay problema -respondió ella- Me llamo Nagisa Mitsumi,
tengo cuarenta y nueve años, estoy casada y tengo dos hijas.
-¿Y sus padres? -Mis padres eran Itsuki y Yuri Mitsumi.
Honoku guardó silencio ante la respuesta, su hija no sabía
nada de sus orígenes, no sabía que era adoptada.
-Y, perdone la pregunta, ¿estaría dispuesta a alejarse de su familia
para conseguir el puesto?
-La situación actual no me permite dudar- respondió aludiendo
a su bajo nivel económico.
-No obstante, mi marido, mis hijas y yo nos queremos lo suficiente
para saber que la distancia no es un obstáculo.
Honoku asintió y una vez más observó a su hija. Eran tan distintas…
pertenecían a tiempos diferentes. Ella vivía en el glorioso
pasado japonés y Nagisa era el reflejo de la sociedad moderna,
donde la tecnología y la agitación se entrelazaban creando un
modo de vida muy diferente al suyo. Además, su hija era feliz con
un hombre al que amaba y con una familia que la quería, y estaba
dispuesta a renunciar a todo eso para poder mantenerla. Admirando
su determinación y viéndose reflejada en ella por la situación
que su hija estaba atravesando, Honoku tomó una decisión.
Tres días después, la caída de las hojas de cerezo provocaba
pequeñas ondas en el estanque y el reflejo de la anciana mujer se
distorsionaba en las aguas. A las hojas se sumaron pronto las lágrimas
de Honoku que, emocionada, contemplaba el amanecer.
Había decidido no contarle nada a su hija, pues la había visto tan
orgullosa de tener una familia, que no había tenido valor para
contarle la verdad. Tras su visita había hecho todo lo necesario
para que Nagisa lo heredara todo tras su muerte, algo que no
tardaría en ocurrir.Honoku, tras comprobar que tenía una hija maravillosa que
era querida por su familia, se había dado cuenta de que ya nada le
ataba al mundo, simplemente ya no pertenecía a él, y se preguntó
si alguna vez lo había hecho. Su vida había estado marcada por
decisiones duras y, aunque no todo habían sido tristezas, nunca
había tenido aquello que había deseado con todas sus fuerzas.
Mientras el veneno le hacía efecto y cerraba los ojos por última
vez, Honoku miró a los pájaros que empezaban a salir de sus
nidos y anunciaban el nuevo día, tan libres como siempre, tanto
como ella lo hubiera deseado ser.

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