Y justo cuando la oruga pensó que era su final, se transformó en mariposa

jueves, 2 de junio de 2011

Estupidez transitoria

Me ha parecido interesante este artículo de Carmen Posadas. Lo comparto.
Lo titula "Yo soy yo y mis contradicciones" Mas artículos suyos por si interesa AQUÍ

Hay dos reflexiones de Ortega y Gasset sobre las relaciones de pareja que siempre me han interesado pero que hasta el momento consideraba antagónicas. Una dice, más o menos, que el enamoramiento es un estado de estupidez transitoria. La otra afirma que la elección amorosa nunca es inocente y que responde a necesidades del individuo. De modo que si uno se enamora de un impresentable siempre hay algo, tal vez una carencia o un oscuro deseo, detrás de esta elección equivocada. ¿En qué quedamos entonces? ¿En que el amor es ciego y lo vuelve a uno tan lelo que no sabe calibrar a la persona que tiene enfrente? ¿O por el contrario sí sabemos lo que queremos, aunque lo que queramos no sea lo mejor para nosotros? Confieso que durante gran parte de mi vida me he identificado solo con la primera de las teorías. Ahora en cambio, con el paso de los años y con la experiencia, he llegado a comprender también la segunda y ver que no desmiente la primera. Lo curioso del caso es que estudios científicos actuales vienen a corroborar ambas teorías. Ahora sabemos que el enamoramiento es, en efecto, un estado de estupidez transitoria producido por un cóctel de hormonas y sustancias naturales de efectos dopantes que hace que uno no vea defecto alguno en la persona amada. Una ceguera selectiva cuya duración incluso está medida: se calcula que dura alrededor de dos años y medio. La confirmación científica de la segunda teoría la encontré hace unos días en la prensa. Por lo visto, neurólogos de la universidad de Toronto, investigando el neurotransmisor vasopresina (la hormona responsable de los lazos efectivos), han hecho un interesante descubrimiento. Una vez comprobado que hay personas hormonalmente más proclives a la infidelidad que otras, observaron que incluso las más infieles logran vencer la tentación siempre que haya lo que ahora llaman la “autoexpansión”. El experimento consistió en lo siguiente: se pidió a personas felizmente casadas que valorasen el atractivo de individuos del sexo opuesto en una serie de fotos. Estas personas hicieron lo obvio: puntuar más alto a los más atractivos. Luego se les presentó una serie de fotos similares pero se les informó que ciertas personas fotografiadas estaban interesadas en conocerles. Curiosamente, al saberlo, los participantes daban a esas personas puntuaciones más bajas que la vez anterior porque, en cuando se sentían atraídos por alguien que amenazaba su relación automáticamente se decían: “Tampoco es gran cosa”. Vista la reacción, la conclusión a la que llegaron los científicos es que puede que no sea solo el amor lo que mantiene unidas a las parejas sino la idea de que ese compromiso mejora nuestra vida o amplía nuestros horizontes. En otras palabras, se rompen menos las relaciones que confieren algo, ya sea equilibrio, paz o por el contrario emoción, o más prosaicamente estatus o dinero, lo que sea que necesite esa persona para sentirse mejor. Sin embargo, es necesario saber que ese “algo” no siempre es bueno; a veces hay gente que necesita caña, lo que explica ciertas relaciones bastante torturadas. Ahora sabemos a ciencia cierta que uno se vuelve ciego cuando se enamora pero que, aún sin ser consciente de ello, la elección amorosa no es tan caprichosa como antes parecía. Una explicación, como ven, muy parecida a la que daba Ortega y Gasset años atrás. Pero entonces, si es tan sencillo y uno siempre busca lo que necesita, ¿por qué nos equivocamos tanto y elegimos a gente que no nos hace felices? La respuesta es que hay una diferencia notable entre lo que uno cree que busca y lo que busca en realidad. Por ejemplo, una persona puede pensar que lo que necesita es pasión, aventura o emoción cuando lo que le va realmente es la tranquilidad o alguien que lo mime y apoye aunque sea menos interesante o trotamundos. “Yo soy yo y mis circunstancias”, decía Ortega, y servidora de ustedes se atreve a enmendarle la plana y afirmar que es más certero decir "Yo soy yo y mis contradicciones". En mi caso, desde luego, son tantas y tan asombrosas que necesito un artículo entero para explicarlas, de modo que lo haré la próxima semana.

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